viernes, 27 de agosto de 2010

A ver qué aprendés, muchacho.

Había creado un monólogo increíble, a muchos les gustó. Hablaba de la esperanza, de las enseñanzas de la vida, de cómo uno no se da cuenta de las cosas que hace mal... en cinco minutos reflexionaba todo lo que me había pasado en mis 27 años de vida (según la edad que tenía la mujer en el monólogo).
Era sábado, a las... 23.48, para ser exactos, cuando una idea golpeó mi cabeza. ¿Saben qué hice?
Un monólogo sobre una mujer que tuvo una vida miserable, en la que nadie la entendía, que decía que el problema siempre había sido ella. Hasta que llegó él, el amor de su vida. Textual: "No me dijo que la vida era color de rosa, no me curó, estaba tan desgraciado como yo. Éramos dos incomprendidos de la vida." Llega a sus 27 años y sufre la pérdida de su esposo, se le cae el mundo. Les cuento el final, ya que creo que nunca lo leerán: se termina suicidando, tras éstas palabras: "Los dos sabíamos que nunca pertenecimos a este mundo. Y nos ubicamos en esta vida como pudimos. Ahora que él se fue, estoy completamente perdida. Allá voy mi amor, a nuestro mundo, a donde siempre pertenecimos". Y se pega un tiro.
Sí, ya sé, un cambio drástico.
Me molesta hablar del aprendizaje de la vida, de lo que te enseña la vida. Si voy a aprender algo, va a ser por mi propia cuenta. Por ahora, hice cosas muy bien, y otras, increíblemente mal. Pero es parte de mi aprendizaje, es mi camino. Pero en momentos en los que no tenés esperanza, sabés que un texto que diga: "hay que tener fe, porque si tenés fe, el piano que se te está por caer en la cabeza, va a caer a 2 mm de tus pies", no te va a alegrar, ni te va a devolver la esperanza (por eso, Cris Morena, salí de la televisión, te lo pido por favor). Queda en vos, tenerla o no


y aprender de eso.

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