domingo, 10 de octubre de 2010

Un hombro nada más.

No suelo tenerme fe.
¿Es tan malo?
Bueno, sí. Lo admito. No confío en mis logros, no sé qué puedo llegar a hacer, porque me da miedo siquiera probar. Y hasta cuando tengo algo de fe en mí, lo escondo. No me gusta demostrarlo. Ojo, no soy suicida. El suicidio no tiene nada que ver con esto (tampoco le encuentro mucho sentido). Aunque he pensado en él, pero nunca más allá del puro dramatismo. Volviendo al tema...
Si uno confía, confía plenamente, en sí mismo, en otros, en todos los demás... se vuelve una confianza ciega, más que nada. Estamos muy abiertos a las promesas ajenas, dejándonos comprometer en tratos que, por su incumplimiento, pueden dar vuelta nuestro mundo.
Una vez comprendido el hecho de que no podemos confiar plenamente en todos, tras una serie de decepciones incontables, perdemos el ánimo. Los demás le dan de baja al trato, sin recordar que de ese trato, también formás parte vos. Ellos fracasan sin siquiera una preocupación, ya que nunca les importó. Y vos fracasás sobre su fracaso. Tu desánimo se vuelve una jugada en contra. Y cada vez te va defraudando más gente. Llega al punto de dolerte tanto, que hasta te abstenés de conocer a alguien, por el simple hecho de que te da miedo afrontar una desilusión nueva. Te limita.
Y siempre te dicen que te apoyes en el hombro que nunca faltó. Bueno, a mí, personalmente, ese hombro me falló. Y otros te pueden decir, "mejor calidad que cantidad"; obvio que sí. Pero después de pensar que tenés amigos de buena calidad, que se da vuelta el juego, que te das cuenta que les faltaban una vuelta de tuerca más... la decepción es mayor. Es increíble cuánto te lastima.
Hoy en día, más allá de mis temores, sigo buscando un hombro fiel, que no me vaya a decepcionar. Y al único, más cercano que no me falló


le voy a agradecer toda la vida.

Te amo con toda mi vida mejor amigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario