miércoles, 13 de octubre de 2010

Entre la perseverancia y la cruel resignación.

El miedo nos inhibe. El amor, también. El amor y el miedo se relacionan de una manera tan estrecha, que nos limita.

"El amor y la pasión no pueden lastimar, pero queman por el fuego que llevan dentro"
Friedrich W. Nietzche

Bueno, comparto muchas ideas con el señor, pero sin embargo, tengo que resaltar que el amor viene de la mano del miedo, y eso es lo que nos vuelve cobardes, tontos y ciegos, a la hora de actuar.
El miedo nos reduce a escombros en un abrir y cerrar de ojos. Hace que el corazón se vuelva una navaja, que de vueltas y vueltas, hasta encontrar a alguien en quien depositar su amor. Cuando por fin encuentra a alguien, el miedo (el corazón convertido, la respectiva navaja), sigue a esa persona, como una brújula, apuntando en su dirección. Sufre cambios abruptos, va en direcciones que se tornan opuestas, confundiendo al corazón y enloqueciendo a la razón.
Cada vez, vas sangrando un poco más. Te negás a seguir el impulso del corazón, porque sabés que te está lastimando, y querés hacerlo olvidar, hacerlo entrar en razón. Es ahí cuando nuestro sentido común enloquece y quedamos tirados en la cama; a punto de llorar hasta reír. Nuestra cabeza fue invadida por la brújula (que no es lo único que da vueltas ahora), pero tus pies apuntan a otra dirección. Querés arrancarte de una vez el corazón, esa navaja que ahora pesa 436 kg. y tiene los bordes más afilados que nunca.
Tu vida sin ese amor parece tan patética. Estás a punto de la muerte, tu corazón se rehúsa a seguir viviendo sin ese amor. 
Y con el último aliento, te parás, te mirás al espejo y te das la cabeza contra la pared, esperando que la muerte llegue más rápido. Ahí es cuando te ves al espejo, y ves que ahora estás sangrando por fuera. Y ves que lo único patético ahí, sos vos. Sos vos, en dejar que tu vida

dependa de un amor.

{...pero mi vida no depende de vos; aunque sos buen entretenimiento.}

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